El misterio del cambio de hora: origen, salud y el gran debate en España

Última actualización: octubre 14, 2025
  • En primavera se adelanta una hora y en otoño se retrasa: reglas, trucos y efectos cotidianos del cambio de hora.
  • El estudio de referencia sugiere que el horario estándar permanente reduce desajustes circadianos frente al cambio bianual.
  • España vive un dilema entre su huso natural de Greenwich, el legado histórico y la coordinación europea.
  • El ahorro energético es hoy marginal; elegir horario fijo implica balancear salud, hábitos y economía.

misterio del cambio de hora

Desde hace décadas, el llamado misterio del cambio de hora levanta ampollas y entusiasmos a partes iguales: en parlamentos, en tertulias y en los grupos de mensajería, siempre vuelve el debate sobre si tiene sentido seguir moviendo las manecillas. Entre los argumentos se cuelan la salud, la energía, la economía y hasta la identidad, y no faltan titulares llamativos que asocian esta práctica con picos de problemas cardiovasculares. La cuestión, lejos de ser trivial, toca cómo dormimos, trabajamos y nos organizamos como sociedad.

En paralelo, investigadores de primer nivel han tratado de poner orden con datos y modelos. Hay quien defiende mantener un horario fijo y quien prefiere conservar los dos cambios anuales; unos abogan por el horario estándar y otros por el de verano. Mientras tanto, la gente corriente solo quiere aclararse con si toca atrasar o adelantar, y si ese domingo se duerme más o menos.

Qué es, cuándo se cambia y cómo recordarlo sin liarse

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El cambio de hora es una política por la que, dos veces al año, ajustamos los relojes para alinear mejor la actividad con las horas de luz. En España, el último domingo de marzo se adelanta una hora y arranca el horario de verano; el último domingo de octubre se retrasa una hora y empieza el de invierno. En marzo a las 2 pasan a ser las 3, y en octubre a las 3 vuelven a ser las 2, de ahí que en otoño el día tenga 25 horas.

Para aterrizarlo con ejemplos recientes: el domingo 30 de marzo de 2025 tocó adelantar el reloj una hora al iniciar el horario de verano, y el fin de semana del 25 al 26 de octubre de 2025 se volverá a atrasar 60 minutos a las 3 para que marquen las 2. En Canarias el ajuste se realiza una hora antes, por lo que a las 2 serán la 1 en el cambio de otoño.

El truco de memorización más popular en el mundo anglosajón es el de spring forward, fall back, traducible como primavera hacia delante y otoño hacia atrás. En castellano funciona muy bien la frase me gustaría que la primavera se adelantara y el otoño se retrasara. Otra ocurrencia simpática: marzo es palabra corta y ese fin de semana se duerme menos; octubre es más larga y la noche se alarga una hora.

En lo cotidiano conviene no obsesionarse con el reloj la madrugada del cambio; ya lo ajustan solos la mayoría de móviles, ordenadores y televisores. Si usas despertador analógico o algún horno rebelde, lo cambias al despertar y listo. No hay paradojas temporales: el tiempo no se desanda aunque la esfera retroceda, y nadie vive dos veces el mismo minuto por arte de magia.

Para quitar hierro, siempre circula la anécdota del reportero noctámbulo que se queda en vela para ver el chasquido de las 3 convirtiéndose en 2 y, al cobrar a horas trabajadas, descubre con sorna que por aritmética estricta le salen cero horas. Humor aparte, lo único que cambia es el horario oficial; el cuerpo necesita unos días para acompasarse.

De dónde viene y cómo lo aplican otros países

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El germen intelectual se suele rastrear hasta Benjamin Franklin, que en 1784 firmó un texto satírico animando a madrugar para gastar menos velas. La propuesta moderna, sin embargo, se atribuye a William Willett, constructor británico que a inicios del siglo XX sugirió ajustes semanales de 20 minutos para entrar y salir del verano. No cuajó tal cual, pero fue la semilla para cambios oficiales décadas después.

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La implantación masiva llegó en la Primera Guerra Mundial: Alemania y el Imperio austrohúngaro en 1916, seguidos por otros países, recurrieron al horario de verano para ahorrar carbón. España se subió al carro en 1918, aunque con idas y venidas hasta que, en la crisis del petróleo de 1973, la medida se consolidó en el mundo occidental. Desde 1974 en España quedó regulado por norma el calendario de cambios estacionales.

Hasta bien entrado el siglo XX, el país vivió con horarios solares locales; de hecho, en la Guerra Civil cada bando usó un horario distinto, con situaciones tan pintorescas como que para un lado la contienda pareciera terminar una hora antes. Con el salto a la estandarización horaria y la posterior coordinación europea, se ganó orden pero también se acumularon peculiaridades locales.

Curiosidades hay unas cuantas: aquella versión de Windows 95 que solo cambiaba una vez al año por un fallo, o el caso de gemelos nacidos en la madrugada del cambio de octubre, cuando el segundo, registrado después de atrasar el reloj, podría figurar como mayor que el primero. Todo por la trampa legal de repetir la hora entre las 2 y las 3 en el ajuste de otoño.

Hoy, alrededor de 74 países siguen ajustando la hora estacionalmente, con una gran concentración en Europa, donde lo hacen casi todos y, además, a la vez el último domingo de marzo y octubre. En África, el caso más notorio es Marruecos, que pausa su horario habitual durante el Ramadán. En América lo mantienen Estados Unidos, Canadá y otros; en Asia destacan Israel, Irán o Jordania, mientras que Japón, potencia industrial, no lo aplica.

España, el meridiano de Greenwich y un giro que aún colea

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España está geográficamente alineada con el meridiano de Greenwich, como Portugal o Reino Unido, por lo que su huso natural sería UTC 0. Sin embargo, en 1940 se adoptó el huso de Europa Central, UTC 1, para sincronizarse con la Alemania de la época. El cambio, de raíz política, alteró nuestra relación con la salida y la puesta del sol, y todavía condiciona hábitos sociales y laborales.

De ahí que reaparezca con frecuencia la idea de acercarnos a Portugal o de equiparar la hora peninsular y la de Canarias. El debate llega incluso al terreno identitario: hay propuestas simbólicas que plantean adoptar un horario propio en determinadas comunidades para subrayar diferencias, como cuando desde el independentismo catalán se sugirió que miles de autónomos aplicaran una hora catalana de facto. Más allá del golpe de efecto, la viabilidad jurídica y práctica de esas maniobras es compleja en un sistema coordinado a escala estatal y europea.

La norma europea ha estado en revisión. En 2019 se abrió la puerta a terminar con los cambios, y el Parlamento Europeo llegó a señalar 2021 como horizonte para que cada país escogiera si quedarse con horario de verano o de invierno todo el año. La pandemia y otras prioridades geopolíticas frenaron la agenda, y, ante la falta de acuerdo, España publicó en el BOE el calendario oficial de cambios hasta 2026. Hasta nueva orden, seguimos moviendo la hora dos veces al año mientras el debate continúa.

También hay asociaciones que piden abiertamente suprimir los cambios. ARHOE, la Comisión Nacional para la Racionalización de Horarios Españoles, cita efectos sobre el bienestar, apuntando que al haber más luz al final del día se retrasa la secreción de melatonina, lo que complica conciliar el sueño si mantenemos las mismas rutinas. Esa mezcla de relojes sociales fijos y reloj biológico desajustado se traduce en cansancio y falta de rendimiento, sobre todo en niños y mayores.

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Reloj biológico, luz y salud: qué dice la evidencia

El organismo humano funciona con un reloj interno cercano a 24 horas, el ritmo circadiano, que coordina desde cuándo tenemos hambre hasta cuándo rendimos mejor o necesitamos ir al baño. La luz es el metrónomo principal: la matutina adelanta el ciclo y la vespertina lo retrasa. Cuanto más recibimos luz a destiempo, más flojea la sincronía del sistema, con impacto en energía, defensas y estado de ánimo.

En este marco se entiende la controversia científica alrededor de los cambios de hora. Un trabajo reciente liderado por Stanford Medicine comparó tres políticas: mantener siempre el horario estándar, fijar el de verano todo el año o seguir con los dos cambios bianuales. Usando como base la hora real de salida y puesta del sol en cada condado estadounidense, modelaron la exposición a la luz, el impacto circadiano y variables socio sanitarias. El ejercicio, potente a nivel estadístico y con inevitable parte especulativa, arrojó una conclusión clara: es mejor evitar el vaivén bianual.

Según sus estimaciones, el horario estándar evitaba en ese contexto del estudio unos 300 mil casos de ictus al año y reducía la obesidad en 2,6 millones de personas, mientras que el horario de verano permanente lograba alrededor de dos tercios de esa mejora. ¿El motivo de fondo Esencialmente, asegurar más luz por la mañana y menos entrada la tarde, para que el reloj interno se acople con un día de 24 horas. Lo explican con nitidez: la luz matutina acelera, la vespertina frena; si falla esa orquesta, se multiplica el desajuste circadiano.

Ahora bien, hasta los propios autores piden prudencia. Hay factores que no tuvieron en cuenta y su impacto podría recortar buena parte de la ganancia teórica. Y, sobre todo, extrapolar tal cual a España no es serio: habría que replicar el análisis con nuestras latitudes, hábitos y distribución poblacional. En áreas específicas quizá el cambio estacional reduzca desajustes; no hay una verdad universal que valga para todos los territorios y estaciones.

Más allá de ese estudio, clínicas y sociedades científicas observan patrones consistentes. Tras el salto a verano, cuando perdemos una hora, se concentran las quejas por somnolencia, irritabilidad y problemas para conciliar, lo que a su vez se relaciona con pequeños repuntes en accidentes de tráfico y laborales. También se han descrito aumentos puntuales de eventos cardiovasculares en esos días de adaptación. Los escolares y los mayores, con relojes circadianos menos flexibles, suelen notarlo más.

El cambio de octubre, aunque suele vivirse como un regalo de una hora extra, también descoloca a algunas personas. La luz llega antes durante unas semanas y anochece más pronto, lo que altera rutinas de ejercicio, socialización y comidas. Este baile modifica la secreción de hormonas como melatonina y cortisol y afecta a neurotransmisores implicados en ánimo y atención.

¿Qué ayuda a llevarlo mejor Los especialistas recomiendan pequeñas maniobras: acostarse y levantarse 15 minutos antes cada día durante 3 o 4 jornadas antes del cambio de marzo; priorizar luz natural por la mañana y limitar la exposición a pantallas por la noche; ser prudentes con cafeína y alcohol; y mantener horarios estables de comidas y actividad física. Las siestas cortas pueden ser aliadas, pero conviene evitar la tentación de alargar la cama o trasnochar más de la cuenta la víspera.

¿Ahorra energía realmente y qué horario conviene más

El argumento histórico a favor fue el ahorro: adelantar la hora en primavera para aprovechar mejor la luz de la tarde debía recortar consumo eléctrico. En la práctica, con tecnologías eficientes como la iluminación LED y nuevas pautas laborales, los estudios recientes sitúan el ahorro en márgenes muy modestos, del 0,1 al 0,7 en España según estimaciones del IDAE. En el pasado se barajaron cifras mayores en ciertos modelos, del entorno del 5, pero hoy la ganancia media es pequeña.

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Cuando la Unión Europea preguntó a la ciudadanía en 2018, una amplia mayoría abogó por acabar con los cambios y fijar un solo horario. El rompecabezas viene al elegir cuál: horario de invierno o de verano, o incluso regresar al huso UTC 0 más acorde con nuestra geografía. Cada opción tiene pros y contras y no afecta por igual a Galicia que a Baleares, ni a quien entra a trabajar a las 7 que a quien lo hace a las 10.

Escenario 1, horario estándar permanente UTC 1: ganaría la mañana invernal, con amaneceres entre las 7 y media y las 8 y media según la zona, y atardeceres hacia las 17 y media o 18 y media. Beneficia a escolares y madrugadores, y se alinea mejor con los ritmos circadianos. Inconveniente, en verano las tardes se acortarían algo, con puestas más tempranas de lo que dicta nuestra cultura de terrazas. Ciertos sectores, como hostelería y turismo, podrían notarlo en la caja.

Escenario 2, horario de verano permanente UTC 2: preserva las tardes larguísimas estivales, con puestas cerca de las 22 en junio, algo muy querido por ocio y turismo. El peaje es un amanecer muy tardío en invierno, especialmente en el oeste peninsular, donde podría acercarse a las 9 y media. Eso complica la entrada de colegios y trabajos y agrava el desfase solar de los primeros turnos.

Escenario 3, volver al huso UTC 0: acercaría aún más los relojes al meridiano que nos atraviesa, adelantando amaneceres y atardeceres respecto al patrón actual. Pediría, eso sí, un ajuste cultura y logístico enorme y nos desincronizaría de socios centroeuropeos. El comercio, los transportes y la coordinación institucional pesan mucho en esta decisión.

Las encuestas en España han mostrado cierta inclinación social hacia mantener tardes largas, como las del horario de verano, mientras que la evidencia en salud y sueño tiende a preferir la luz matinal abundante del horario estándar. Ahí está el nudo gordiano: lo que a muchos les gusta para vivir y consumir no coincide exactamente con lo que conviene a la biología de la población en bloque.

En cualquier caso, los países grandes o uniones diversas como la UE se topan con un reto adicional: tomar decisiones conjuntas y coherentes. No es lo mismo decidir para una franja horaria compacta que para territorios muy anchos en longitud. De ahí que el calendario para abandonar los cambios se haya ido aplazando, a la espera de más consenso y datos.

Entre tanto, no es raro que los medios abran espacios para la conversación pública e inviten a opinar o a suscribirse a boletines mientras la política deliberativa hace su trabajo. Y, sí, el tema tira de pasiones: se mezclan ahorro, salud, hábitos, identidad y hasta historias de cronistas que trasnochan para comprobar si la realidad se resquebraja al caer la hora de marras. La noticia menos emocionante es que no hay portales temporales; la más relevante es que nuestros ritmos internos sí notan el meneo.

El misterio está menos en el reloj que en lo que buscamos como sociedad: mañanas claras para rendir y aprender mejor, o tardes infinitas para disfrutar y consumir; un sistema fijo y más saludable según la ciencia, o uno que prioriza preferencias sociales y actividad económica. Hasta que llegue una decisión definitiva, conviene aprender los trucos, cuidar el sueño y tener clara la regla de oro: en primavera se adelanta, en otoño se retrasa.

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