- Cerca de 1.000 millones de PCs continúan usando Windows 10 pese al fin de soporte oficial.
- El bloqueo se reparte entre equipos incompatibles por hardware y usuarios que no quieren actualizar.
- Windows 11 avanza más lento que Windows 10 en su momento, lastrado por requisitos, rendimiento e IA intrusiva.
- Fabricantes como Dell y HP ven en este atasco una gran oportunidad de renovación hacia PCs con IA.

El ecosistema de PCs con Windows atraviesa un momento delicado: cerca de mil millones de ordenadores siguen usando Windows 10 pese a que el sistema operativo ha dejado de recibir soporte estándar. Las cifras proceden de las últimas conferencias de resultados de Dell y otros grandes fabricantes, y pintan un panorama en el que la transición a Windows 11 va mucho más despacio de lo que Microsoft esperaba.
En un mercado global con alrededor de 1.500 millones de PCs activos con Windows, el reparto actual deja a Windows 11 muy por detrás del objetivo marcado por la compañía. Entre los equipos que no pueden saltar a la nueva versión por restricciones de hardware y aquellos cuyos propietarios simplemente prefieren seguir con Windows 10, se ha formado un enorme atasco que complica la seguridad, el negocio de las actualizaciones y la estrategia de la propia Microsoft en Europa y el resto del mundo, incluyendo la transición a Windows 11.
Mil millones de PCs en Windows 10: el dato que descoloca a Microsoft

Según las declaraciones de Jeffrey Clarke, director de operaciones de Dell, el parque mundial de ordenadores con Windows está formado por unos 1.500 millones de equipos. De ellos, aproximadamente 1.000 millones continúan ejecutando Windows 10, mientras que solo el tercio restante ha dado el salto a Windows 11.
El propio Clarke detalló que unos 500 millones de PCs no cumplen los requisitos de Windows 11 —principalmente por la exigencia de procesadores recientes y del chip de seguridad TPM 2.0—, mientras que otros 500 millones sí son técnicamente compatibles, pero sus usuarios han decidido no actualizar.
Estos números contradicen, o al menos matizan, las estadísticas de firmas como StatCounter y los mensajes optimistas de Microsoft, que apuntaban a que Windows 11 habría superado ya a Windows 10 en cuota de mercado. Frente a esos datos de analistas basados en muestras limitadas, la visión de un gran fabricante con presencia global aporta una referencia más pegada a la realidad del hardware que se vende y se utiliza a diario en hogares y empresas europeas.
La situación se vuelve todavía más complicada si se recuerda que Windows 10 finalizó su soporte general y solo sigue recibiendo parches de seguridad mediante programas específicos de soporte extendido. Aun así, la masa de usuarios permanece prácticamente inmóvil, lo que genera un desajuste entre el plan de Microsoft y el comportamiento real del mercado.
Un tercio con Windows 11 y dos tercios atrapados en la versión anterior
Si se mira el ecosistema de Windows en conjunto, el escenario se puede dividir casi en tres bloques similares. Por un lado, está la parte que ya ha migrado a Windows 11, que según las estimaciones actuales rondaría un tercio del total de PCs activos.
Otro tercio son equipos con Windows 10 cuyo hardware cumple los requisitos de la nueva versión, pero cuyos propietarios han decidido no actualizar, ya sea por costumbre, por desconfianza hacia Windows 11 o simplemente porque su ordenador funciona bien tal y como está. En Europa, donde muchas empresas alargan los ciclos de renovación y someten cada cambio de sistema a largas pruebas internas, este grupo es especialmente numeroso.
El último tercio lo conforman los ordenadores que Microsoft etiqueta como “incompatibles” con Windows 11. Normalmente se trata de máquinas con más de cuatro años, procesadores anteriores a las generaciones soportadas oficialmente o sin módulo TPM 2.0. Es hardware que sigue siendo perfectamente válido para tareas cotidianas y para muchos entornos profesionales, pero que se ha quedado fuera del plan oficial de actualización.
Este reparto, en la práctica, significa que dos de cada tres PCs siguen sin Windows 11. La cifra es especialmente llamativa si se compara con transiciones anteriores, como la de Windows 7 a Windows 10, que se produjeron a mayor velocidad y con menos fricción pese a que también implicaban cambios importantes.
Una transición más lenta que la de Windows 10 y un mercado “plano”
Durante sus llamadas de resultados, Dell ha reconocido que la adopción de Windows 11 va por detrás del ritmo que tuvo en su momento el salto a Windows 10. Clarke habló concretamente de una diferencia de 10 a 12 puntos porcentuales respecto a la generación anterior cuando esta se acercaba al fin de su vida útil.
En otras palabras, si se compara dónde estaba Windows 10 cuando Windows 7 o Windows 8 llegaron al final del soporte, Windows 11 está hoy claramente rezagado. La compañía admite que la transición no está ni de lejos completada, y que el ciclo de renovación de PCs se ha alargado más de lo previsto.
Este frenazo se produce, además, en un entorno que los propios fabricantes describen como un mercado de PC “relativamente plano”. Ni las previsiones de ventas ni la demanda real apuntan a un despegue inmediato en Europa o a nivel global. El auge del teletrabajo y el impulso que supuso la pandemia ya quedaron atrás, y ahora las empresas están estirando al máximo la vida de sus equipos antes de plantearse nuevas inversiones.
HP ha aportado también su visión: en sus registros, alrededor del 40 % de los PCs que tienen controlados siguen en Windows 10. Esa cifra, sumada a las estimaciones de Dell, refuerza la idea de que el cambio de generación avanza mucho más despacio de lo que gustaría a Microsoft y a la propia industria del hardware.
Requisitos de hardware, TPM 2.0 y el muro técnico de Windows 11
Uno de los factores más repetidos por los fabricantes es el muro técnico que suponen los requisitos de Windows 11. La decisión de exigir chips TPM 2.0, CPUs relativamente modernas y funciones de seguridad por hardware ha dejado fuera a millones de equipos que, a efectos prácticos, siguen siendo perfectamente válidos.
Para muchos usuarios, sobre todo particulares y pequeñas empresas en España y en el resto de Europa, resulta chocante que un PC que funciona bien quede fuera de la actualización por una lista de compatibilidad que perciben como demasiado agresiva. Esto ha llevado a algunos usuarios avanzados a buscar métodos para instalar Windows 11 “a la fuerza”, mientras otros han optado directamente por no tocar nada.
El efecto secundario es una fragmentación creciente del parque de PCs. Entre los que se quedan en Windows 10, los que fuerzan la instalación de Windows 11 sin cumplir los requisitos oficiales y los que se plantean saltar a otros sistemas (como algunas distribuciones de Linux), la foto final se aleja bastante del escenario ordenado que Microsoft habría querido.
A esta situación se añade que los componentes necesarios para renovar el hardware no están precisamente baratos. El aumento de la demanda de memoria RAM y almacenamiento para cargas de trabajo de inteligencia artificial ha encarecido estos productos, y muchos fabricantes están priorizando módulos de gama alta optimizados para IA, lo que limita la disponibilidad de opciones más económicas. Para muchas pymes europeas, el cálculo es sencillo: si el PC actual cumple con el trabajo diario, el coste de ponerlo al día para Windows 11 no compensa.
Un problema de percepción: Windows 11 no termina de convencer
Más allá del hardware, hay un aspecto de fondo que aparece una y otra vez en los informes y análisis: Windows 11 no tiene buena fama entre parte de los usuarios. Se le percibe como un sistema más pesado, más intrusivo y con más elementos innecesarios que Windows 10.
Varios analistas subrayan que Windows 11 consume más recursos y arrastra un número considerable de errores tras cada actualización. Se repite el mismo patrón: un parche que corrige un problema acaba rompiendo otra función, algo que mina la confianza de las empresas y de los administradores de sistemas, especialmente sensibles a la estabilidad.
El aumento de los elementos de telemetría, la presencia de más anuncios y aplicaciones preinstaladas que muchos consideran bloatware y ciertos cambios de interfaz sin terminar de pulir tampoco ayudan. En un contexto en el que los usuarios esperan un sistema operativo que se limite a ser una interfaz sólida entre el usuario y la máquina, la sensación es que Windows 11 se ha convertido en una plataforma de servicios y funciones añadidas que no todo el mundo ha pedido.
Este choque de expectativas es especialmente visible en entornos profesionales y administrativos europeos, donde se valora un sistema ligero, estable y predecible. Cuando el nuevo Windows se percibe como más intrusivo y menos controlable, la tentación de quedarse en Windows 10, aunque esté al final de su vida útil, gana peso.
La inteligencia artificial: motor de ventas o motivo de rechazo
La apuesta de Microsoft pasa en gran medida por integrar la inteligencia artificial en todos los rincones de Windows 11. Funciones como Copilot, la ejecución de modelos de lenguaje locales o las herramientas de productividad basadas en IA forman parte del argumento comercial de la nueva versión y de los denominados “AI PCs”.
Sin embargo, esta estrategia no está exenta de polémica. Una parte importante de los usuarios ve estas funciones como una puerta a más rastreo y monitorización, con características percibidas como demasiado invasivas. La idea de convertir Windows 11 en un “sistema operativo agéntico”, más centrado en servicios inteligentes que en ser un sistema clásico, ha generado críticas dentro y fuera de Europa.
Desde el otro lado, fabricantes como Dell y HP consideran que precisamente estos AI PCs representan una gran oportunidad comercial. Dell subraya que los equipos con capacidades dedicadas para IA, gracias a las NPU (unidades de procesamiento neuronal) y a procesadores de nueva generación, pueden impulsar una ola de renovación de hardware en los próximos años.
En la práctica, el resultado es ambivalente: mientras parte del sector profesional y de consumo ve con buenos ojos usar modelos de IA locales para tareas específicas, otra parte no termina de ver claro que el sistema operativo incorpore tantas funciones “inteligentes” por defecto. Esta desconfianza alimenta la decisión de seguir en Windows 10 o incluso valorar sistemas alternativos antes que abrazar de lleno la nueva propuesta.
Un riesgo de seguridad creciente: Windows 10 sin soporte pleno
La otra gran derivada de que mil millones de PCs sigan en Windows 10 es la seguridad. Windows 10 ha finalizado su ciclo de vida estándar, y aunque Microsoft ha puesto en marcha un programa de seguridad extendida (ESU) que ofrece actualizaciones de pago y, en ciertos casos, ampliaciones gratuitas temporales, no hay datos públicos claros sobre cuántos equipos se han adherido.
El temor de los expertos es que una parte considerable de esos ordenadores se quede sin los parches necesarios, exponiendo a empresas y usuarios domésticos a vulnerabilidades que podrían ser explotadas durante años. En Europa, donde conviven grandes corporaciones muy reguladas con pymes que van justas de presupuesto, la diferencia de protección entre unos y otros puede ampliarse. Para quien no quiera o no pueda dar el salto, la recomendación de muchos especialistas pasa por reforzar las medidas de seguridad (copias de seguridad, antivirus, buenas prácticas) o incluso plantearse alternativas como determinadas distribuciones de Linux capaces de alargar la vida útil del hardware sin dejar de recibir actualizaciones.
Mientras tanto, Microsoft sigue presionando con avisos y recordatorios dentro de Windows 10, animando a actualizar a Windows 11 o a suscribirse a los programas de soporte extendido. Para quien no quiera o no pueda dar el salto, la recomendación de muchos especialistas pasa por reforzar las medidas de seguridad (copias de seguridad, antivirus, buenas prácticas) o incluso plantearse alternativas como determinadas distribuciones de Linux capaces de alargar la vida útil del hardware sin dejar de recibir actualizaciones.
En cualquier caso, el cóctel de sistemas sin soporte completo, fragmentación y baja adopción del nuevo Windows dibuja un escenario complejo para los próximos años, tanto para la ciberseguridad como para la planificación de las empresas.
Todo este panorama deja una imagen clara: la apuesta de Microsoft por Windows 11, con mayores requisitos de hardware, más presencia de inteligencia artificial y un modelo centrado en servicios, se topa con la realidad de cientos de millones de usuarios que siguen fieles a Windows 10, bien por limitaciones técnicas, bien por pura preferencia. Para fabricantes como Dell o HP, el bloqueo es una oportunidad de negocio futuro; para administraciones, empresas y usuarios en España y el resto de Europa, supone el reto de decidir cuándo y cómo abandonar un sistema que, aunque oficialmente esté de retirada, continúa siendo el día a día de mil millones de PCs en todo el mundo.
