Hielo que genera electricidad: ciencia, tormentas y aplicaciones

Última actualización: octubre 19, 2025
  • El hielo común es flexoeléctrico y genera carga al deformarse de modo desigual, con valores comparables a materiales electrocerámicos.
  • A temperaturas por debajo de 113 grados bajo cero surge una capa superficial ferroeléctrica que añade otra vía para polarizar el material.
  • La sal potencia la electrificación por contacto y, al doblar hielo salino al 25 por ciento en peso, la señal aumenta hasta mil veces.

Hielo y electricidad

El hielo, tan cotidiano como fascinante, guarda una capacidad que hasta hace nada pasaba desapercibida: puede producir electricidad. No se trata de magia, sino de física, y de un conjunto de fenómenos que conectan el mundo microscópico de las moléculas con espectáculos naturales tan imponentes como los rayos. Lo mejor es que este hallazgo no solo ayuda a explicar cómo se cargan las nubes durante una tormenta, sino que apunta a usos tecnológicos en lugares fríos donde otros materiales no funcionan bien.

Un consorcio internacional liderado por el Institut Català de Nanociència i Nanotecnologia (ICN2), junto a la Universidad Xi’an Jiaotong y la Universidad Stony Brook, ha demostrado con experimentos y simulaciones que el hielo común es electromecánicamente activo. Cuando el hielo se deforma de manera no uniforme genera carga eléctrica gracias a la flexoelectricidad, y a temperaturas por debajo de 113 grados bajo cero su superficie muestra un comportamiento ferroeléctrico. Además, la sal introduce otra vuelta de tuerca: acelera la generación de carga tanto por contacto como al doblar el hielo, disparando la señal hasta mil veces frente al hielo puro en determinadas condiciones.

Qué se ha descubierto exactamente

La primera pieza del rompecabezas es el carácter flexoeléctrico del hielo hexagonal, la forma más abundante en la naturaleza. La flexoelectricidad aparece cuando hay un gradiente de deformación, es decir, cuando una zona se dobla más que otra. A diferencia de la piezoelectricidad, que exige una compresión uniforme, este acoplamiento entre polarización eléctrica y gradiente de deformación está permitido por simetría en el hielo, y la teoría lo anticipaba desde hace tiempo.

Para comprobarlo, los investigadores fabricaron condensadores de hielo a partir de agua ultrapura congelada entre electrodos metálicos, y sometieron las muestras a deformaciones controladas con un analizador mecánico dinámico. El montaje permitió medir con precisión la respuesta eléctrica mientras se curvaba el material, eliminando interferencias y asegurando que la señal provenía del propio hielo.

Los resultados fueron cristalinos: el hielo se electrifica al doblarse y la magnitud de esa respuesta coincide con los valores inferidos de colisiones de partículas de hielo en condiciones de tormenta. Para reforzar la evidencia, el equipo combinó medidas experimentales con simulaciones a nanoescala, relacionando las deformaciones observadas con las cargas registradas. Ese acuerdo entre laboratorio y modelo es clave porque valida el mecanismo físico de fondo.

Otro detalle importante es que el hielo no es piezoeléctrico; no se carga por simple compresión homogénea. El efecto aparece cuando la deformación es desigual, como al flexionarlo o provocar curvaturas locales. Esta distinción explica por qué durante décadas costó tanto encajar el comportamiento del hielo con los modelos más conocidos de generación de carga en sólidos.

La intensidad de la señal medida sitúa al hielo dentro de la misma liga que algunos óxidos cerámicos avanzados, como el dióxido de titanio o el titanato de estroncio, materiales reverenciados por su uso en sensores y condensadores. Que un material tan abundante y barato como el hielo rivalice en magnitud con electrocerámicos punteros no es moco de pavo y abre horizontes tecnológicos en entornos fríos.

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Flexoelectricidad del hielo

Del laboratorio a las tormentas eléctricas

El hallazgo tiene consecuencias directas en meteorología. Durante años se sabía que las nubes de tormenta se electrifican por las colisiones entre cristales de hielo y granizo, pero faltaba el mecanismo físico que explicase cómo esas colisiones generaban la carga necesaria para los rayos. La flexoelectricidad encaja de forma natural: cada choque deforma los cristales de manera irregular, creando gradientes de deformación que producen carga.

Más aún, los experimentos explican fenómenos observados en laboratorio que recrean la estructura tripolar típica de las nubes: regiones positivas en la parte alta y en la base, y una franja intermedia negativa. El equipo también observó inversión de polaridad con la temperatura, un comportamiento que casa con el patrón de carga de las nubes activas.

Es probable que no sea la única pieza del puzle. Procesos como la fractura del hielo, la transferencia de masa entre partículas o la presencia de impurezas también pueden contribuir a la electrificación. La flexoelectricidad no excluye otros mecanismos, pero sí aporta una explicación robusta y cuantitativa, alineada con medidas independientes de cargas en colisiones reales.

La coherencia entre valores medidos al doblar hielo en el laboratorio y los estimados en condiciones de tormenta sugiere que este efecto es relevante en la atmósfera. Lo que sucede en la escala microscópica al curvarse un cristal se amplifica en la nube cuando millones de partículas repiten el mismo ballet de deformaciones y contactos.

En términos prácticos, comprender cómo se origina el potencial eléctrico que antecede a un rayo permite mejorar modelos de predicción y abre la puerta a nuevos sensores para el estudio de tormentas, capaces de registrar firmas electromecánicas asociadas a la dinámica del hielo en las nubes.

Tormentas y hielo

Una piel ferroeléctrica a 113 grados bajo cero

El segundo ingrediente del descubrimiento aparece al bajar la temperatura a valores gélidos: por debajo de 113 grados bajo cero la superficie del hielo entra en una fase ferroeléctrica. En esa delgada piel, de apenas decenas de nanómetros, las moléculas se ordenan de modo que pueden polarizarse espontáneamente y cambiar su orientación al aplicar un campo externo.

Esta capa superficial no convierte todo el volumen del hielo en ferroeléctrico, pero sí añade una forma adicional de generar o modular carga cuando hace muchísimo frío. El comportamiento recuerda a un imán, pero con polarización eléctrica en lugar de magnética, y su presencia apunta a fenómenos interfaciales que pueden explotarse en dispositivos criogénicos.

Las simulaciones demostraron, además, que la respuesta ferroeléctrica superficial depende del metal en contacto con el hielo. Electrodos de platino intensifican la señal, mientras que electrodos de aluminio la atenúan, en concordancia con sus propiedades electrónicas. Este matiz ofrece un dial de ajuste adicional para diseñar dispositivos basados en hielo.

La coexistencia de flexoelectricidad en un rango amplio de temperaturas y de ferroelectricidad superficial en el extremo frío significa que el hielo puede jugar con dos mecanismos distintos. Una doble vía para generar o manipular carga, con aplicaciones que podrían abarcar desde sensores de precisión hasta plataformas experimentales para estudiar fenómenos interfaciales.

Ferroelectricidad en hielo

Cuando entra sal en escena: electrificación por contacto

Más allá del hielo puro, la sal introduce efectos inesperados. En contacto con el hielo, un cristal de cloruro de sodio o pequeñas cantidades de sal disueltas originan una electrificación por contacto. El quid está en la movilidad dispar de los iones: el cloruro se infiltra ligeramente más en la red de hielo que el sodio, separando cargas y formando una doble capa eléctrica que crea una diferencia de potencial.

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Esa danza de iones y moléculas se traduce en tensiones medibles del orden de decenas de milivoltios. Experimentos con superficies aislantes como el teflón frente a hielo con distintas concentraciones de sal confirmaron que la presencia de sal incrementa la carga generada varios órdenes de magnitud respecto al hielo sin aditivos. Es un efecto sencillo de provocar y muy ilustrativo de cómo la química y la mecánica se dan la mano.

Que la sal baje el punto de fusión del agua es de manual, pero aquí la historia va más allá. La interfaz hielo sal se convierte en una minicelda electroquímica extremadamente básica. Aunque la potencia es modesta, los voltajes son claramente detectables y abren puerta a sensores autoalimentados en ambientes fríos y salinos, desde costas polares hasta depósitos de hielo con sales minerales.

Esta electrificación por contacto podría estar implicada también en procesos naturales, incluida la generación de electricidad estática en nubes y nieblas con contenido salino. Y fuera de la Tierra, es tentador pensar en lunas heladas con océanos salobres, donde la interacción hielo sal forme parte del paisaje eléctrico local.

Hielo salado que se dobla: un efecto mil veces mayor

Otro resultado llamativo llega cuando el hielo salino se somete a flexión. Si el hielo puro ya es flexoeléctrico, añadir un 25 por ciento de sal en peso multiplica la señal hasta por mil. El coeficiente flexoeléctrico alcanza valores de uno a diez microculombios por metro, frente a los de uno a diez nanoculombios por metro del hielo sin sal.

¿Qué ocurre por dentro Para entenderlo hay que imaginar el hielo como un mosaico de granos cristalinos. La sal no se distribuye de manera homogénea; forma microbolsas de salmuera en los límites de grano. Al doblar la pieza, esa salmuera se mueve y genera corrientes iónicas diminutas que, acopladas a la deformación, disparan la respuesta flexoeléctrica. Es lo que el equipo denomina flexoelectricidad de flujo.

El protocolo experimental fue claro: mezclar agua y sal en distintas proporciones, congelar en barras, colocar electrodos en los extremos y aplicar flexión controlada con un instrumento mecánico. Solo el hielo con concentraciones elevadas de sal mostró señales eléctricas de gran magnitud; los controles con hielo puro apenas produjeron corriente, y la sal por sí sola se quedó muy por detrás en rendimiento, incluso millones de veces por debajo del compuesto hielo sal.

Como todo en ingeniería, hay letra pequeña. El hielo salino pierde eficiencia con muchos ciclos de uso, al alterarse la microestructura y redistribuirse la salmuera. Aun así, la ventaja en entornos fríos es evidente: material barato, fácil de fabricar in situ y con una señal suficientemente grande para accionar sensores o registrar eventos mecánicos sin necesidad de baterías voluminosas.

Este incremento de la respuesta mediante sal no invalida lo descubierto en el hielo puro; más bien añade una palanca de ajuste para potenciar el efecto cuando interesa, con el coste de un mayor control de la microestructura y, seguramente, de condiciones ambientales como la temperatura y el grado de humedad.

Aplicaciones posibles, desafíos y dónde realmente tiene sentido

Las aplicaciones inmediatas no pasan por alimentar ciudades, ni falta que hace. La generación de energía por flexoelectricidad suele ser baja en términos de potencia, incluso en materiales de referencia. Donde el hielo, con o sin sal, puede brillar es en sensores y transductores: dispositivos que convierten deformaciones minúsculas en señales eléctricas aprovechables.

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Imagina redes de sensores para glaciares o plataformas de hielo marino que se alimentan del propio entorno. En regiones polares o de alta montaña, donde sobran bajas temperaturas y escasean suministros, un sensor de hielo salino podría registrar movimientos, vibraciones o impactos sin depender de baterías convencionales, con mantenimiento mínimo y coste ridículo.

Otra línea prometedora es el estudio de tormentas. Si la electrificación de nubes está ligada a la flexoelectricidad del hielo, nuevos instrumentos podrían detectar firmas eléctricas asociadas a la dinámica de colisiones, mejorando la predicción y el análisis de episodios severos. Las simulaciones a nanoescala ya han demostrado coherencia con las medidas, y llevar esa ciencia al campo atmosférico es un paso natural.

En el espacio, las lunas Europa y Encélado son escenarios de libro: abundan el hielo y la sal. Microdispositivos diseñados para operar en criomundos podrían usar estos principios para obtener energía de vibraciones o del movimiento del propio hielo salino, o funcionar como sensores pasivos que solo despiertan ante deformaciones relevantes.

¿La cara B La más obvia: el hielo se derrite cerca de cero grados. Eso limita su despliegue fuera de entornos fríos. También pesa el hecho de que doblar o comprimir sólidos requiere esfuerzo, de ahí que incluso los mejores piezoeléctricos y flexoeléctricos destaquen más como sensores que como generadores. Aun así, el coste, la abundancia y la sostenibilidad del hielo juegan fuerte en su campo natural.

Qué falta por comprender y hacia dónde se mueve la investigación

En ciencia, cada respuesta abre nuevas preguntas. Una es la estandarización de medidas y condiciones: geometría de las muestras, rugosidad, velocidad de deformación y temperatura influyen en la señal. Afinar protocolos permitirá comparar resultados y acelerar la transferencia a prototipos funcionales.

Otra cuestión a resolver es el papel de las impurezas y de las fracturas durante la deformación. La electrificación en nubes probablemente sea multifactorial, con varios mecanismos sumando o compitiendo según el régimen dinámico. Separar esas contribuciones y medir su peso relativo afinará los modelos meteorológicos.

En el frente de materiales, queda camino para controlar la microestructura del hielo salino: tamaño de grano, distribución de las bolsas de salmuera y estabilidad con el tiempo. Explorar combinaciones de electrodos que maximizan la respuesta ya ha mostrado resultados, con el platino potenciándola más que el aluminio, y no se descartan recubrimientos o texturas que expriman el efecto.

Los investigadores responsables insisten en un punto sensato: son científicos, no ingenieros. Del descubrimiento a un producto hay un trecho, y aunque algunas ideas ya están protegidas mediante patentes, el desarrollo industrial exige pruebas de fiabilidad, repetibilidad y coste por unidad. Aun así, el mapa de oportunidades está ahí para quien quiera recorrerlo.

Por último, integrar el hielo dentro de arquitecturas híbridas con cerámicas o polímeros avanzados podría combinar lo mejor de ambos mundos. El hielo aporta su respuesta en frío extremo y su huella ambiental mínima, mientras que otros materiales cubrirían rangos de temperatura o frecuencia fuera de su zona de confort.

La imagen completa que emerge es la de un material humilde con un repertorio eléctrico sorprendente. Entre la flexoelectricidad que se activa al doblarlo, la piel ferroeléctrica en frío extremo y la sal que multiplica la señal por contacto y por flexión, el hielo pasa de ser un mero refrigerante a un actor con potencial en sensores, ciencia atmosférica y exploración de mundos helados, siempre que lo usemos donde mejor se desenvuelve: allí donde el frío manda.